lunes, 21 de julio de 2014

En el vértice oriental de la isla de Tenerife se erige el espectáculo natural de la península de Anaga. Allí la acción de los volcanes creó hace miles de años una afilada geología que acabó desplomándose por acantilados como los de Taganana –en la fotografía–. El difícil acceso ha propiciado que esta costa se haya preservado como una de las más intactas de la isla, donde el hombre solo ha podido conquistar algunas lomas con caseríos diseminados y bancales de plataneras que descienden hasta el mar. El macizo está surcado por multitud de senderos que siguen antiguas rutas de pastoreo, cruzan bosques de laurisilva y alcanzan miradores como El Bailadero, el mejor para contemplar una vista en picado sobre esta costa acantilada.


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