sábado, 26 de julio de 2014
Asomado en su nido, un frailecillo corta una flor para engalanar su hogar provisional de la isla de Skomer, donde crían 6.000 parejas. Los nidos, ubicados en madrigueras, suelen tener un metro de largo como mínimo, para garantizar la seguridad del huevo, y la del polluelo después. No es fácil ver a los polluelos, ya que permanecen ocultos unas seis semanas, hasta que una noche deciden echar a volar y desaparecen.
Con una buena provisión de tallos secos y hojas verdes, un frailecillo se entrega a la tarea primaveral de recoger material para cubrir el nido. «Se lo llevan absolutamente todo», dice el experto Mike Harris. Entre los artículos más preciados están las plumas, los trocitos de cordel y de papel y las algas.
Las Highlands son un territorio de mitos y leyendas que cobran vida en sus castillos, imprescindibles en el brumoso paisaje escocés. Algunos se mantienen en buen estado, otros han sido reconvertidos en alojamientos y los hay que preservan sus imponentes vestigios en un bello entorno natural. Así sucede con el castillo de Eilean Donan, uno de los más notorios de Escocia. Situado cerca del pueblo de pescadores de Dornie, fue construido en el siglo XIII sobre un islote del lago Duich, que está unido a tierra firme por un puente de piedra. El interior –se realizan visitas comentadas– conserva la cocina, los salones, los dormitorios y las mazmorras, haciéndonos viajar en el tiempo. La mágica belleza de su localización ha sido utilizada en diversas películas como Los inmortales (1986) y La boda de mi novia (2008).
Suiza guarda uno de sus enclaves más idílicos a orillas del lago Leman, en las afueras de Montreux. El castillo de Chillon fue construido en el siglo XIII para liderar la línea de fortificaciones que vigilaban las rutas por los Alpes, siempre presentes en el horizonte. El interior de Chillon, abierto al público, está repleto de historias y leyendas. El castillo se hizo famoso de la mano de Lord Byron (1788-1824) quien, fascinado por su silueta flotando en el agua, le dedicó su célebre poema El prisionero de Chillon, basado en François Bonivard, un sacerdote del siglo XVI que pasó años preso entre sus muros. La elegante localidad de Montreux se alcanza siguiendo un sendero de 2 kilómetros que bordea el lago y zigzaguea entre las laderas cubiertas de viñedos.
El Valle del Loira es una de las regiones más seductoras de Francia. Empezó a poblarse de castillos durante la Guerra de los Cien Años (1337-1453), cuando el rey trasladó la corte al campo, aunque vivió su esplendor un siglo después como destino de recreo. La ruta de los castillos reúne entre Blois y Tours los más refinados, con Chenonceau como el más destacado. Su apodo es «el castillo de las Damas» pues en su construcción intervinieron hasta seis mujeres que lo habitaron a lo largo de cinco siglos: nobles, reinas y favoritas como Diana de Poitiers, quien añadió las partes más imaginativas: los jardines y el puente con galería sobre el Cher. La visita muestra cocinas, gabinetes y dormitorios que descubren el gusto personal de sus moradores.
El río Velino se precipita en el Nera tronando por la cascada Marmore, una de las más altas de Europa (165 m). Este salto múltiple se localiza en la región de Umbría, cubierta de olivos, cipreses y colinas sin fin –se la conoce como «el corazón verde de Italia»– y poblada por algunas de las ciudades medievales más bonitas de Italia como Perugia, su capital, Orvieto, rica en vestigios etruscos, y Spoleto, que fue una colonia romana. Se accede a Marmore desde la localidad de Terni (a 7 km) y se precisan unas tres horas para recorrer sus senderos y miradores. Destacan el Balcón de los Enamorados, que se asoma al salto intermedio, y el de Lord Byron que, frente a la cascada inferior, homenajea a quien dedicó varios poemas a este bello rincón.
El corazón de Croacia esconde una sorpresa natural: los lagos de Plitvice, protegidos en un parque nacional que, además, es Patrimonio de la Humanidad. El principal atractivo de esta reserva croata es el agua que surca sus bosques y se desliza entre las rocas, enlazando lagos y cascadas. Plitvice ofrece escalinatas y pasarelas de madera desde las que se admiran los saltos en todo su esplendor. Entrando al parque por el acceso sur (Valika Poljana) se puede seguir una senda hasta el hermoso Triple Salto –en la fotografía–, que cae desde el lago Galovac. Si se accede por la entrada norte (Plitvice Jezera), el principal atractivo es el lago Kozjak, el mayor de todos, en cuyo centro emerge una isla a la que se puede llegar tras un corto paseo en barca.
El rumor del agua llena todos los rincones del Parque Natural del Monasterio de Piedra, un paraje del término de Nuévalos (Zaragoza) por el que corre el río Piedra formando una docena de lagos y cascadas. En el siglo XII, un grupo de monjes escogieron este recóndito lugar para fundar un monasterio. La entrada al parque se realiza por este recinto, que conserva el claustro románico, la sala capitular y restos de la abadía; también aloja la oficina en la que se informa de los senderos que aproximan a las cascadas. Las más llamativas son la Caprichosa, el Baño de Diana –en la fotografía– y la Cola de Caballo que, con 90 metros de caída, es la más alta. Tras el manto de agua, algunas esconden cuevas con salientes que sirven de miradores. El lago Espejo y la cascada Chorreadero ponen el punto final a un recorrido de casi dos horas.
lunes, 21 de julio de 2014
La tierra del fuego y el hielo reúne también poderosas cascadas, la mayoría en la región sur del país. Siguiendo desde Reykjavík la carretera que bordea la isla se accede a los saltos más espectaculares. Una de las primeras cascadas es la portentosa Seljalands, por la que el río homónimo se precipita desde 60 metros de altura. Para llegar hasta ella hay que pasar el pueblo de Skógar, con un museo del folclore que conserva antiguas granjas con tejados de musgo. Seljalands se diferencia de otras cascadas islandesas en que tiene una gruta detrás de su cortina de agua –imprescindible llevar ropa impermeable–, lo que permite obtener una perspectiva única del salto; otro camino sube a un mirador desde el que se ve el agua cayendo al vacío.
En el corazón de Grecia, muy cerca de la ciudad de Kalambaka, se divisa un grupo de extraños montículos sobre los que, entre los siglos XIV y XVI, se construyeron una veintena de monasterios. Aupados al borde del abismo, los cenobios fueron erigidos de forma casi inverosímil, subiendo los materiales a pie o en cestas con poleas; no hace tanto los monjes recibían los alimentos de igual forma. Hoy los aficionados a la escalada trepan por estas rocas verticales y los visitantes llegan por empinadas carreteras. Subsisten seis monasterios habitados. En su interior sobrecoge el recogimiento, igual que los bellos frescos e iconos que cubren sus paredes. Lo mejor es llegar al amanecer para contemplarlos surgiendo entre las brumas, como en un visión fantasmagórica.
La ermita románica de La Pertusa parece mantener el equilibrio sobre la roca vertical en la que se apoya, un mirador de excepción y vistas infinitas desde el que se domina el embalse de Canelles y la sierra del Montsec. En el pueblo leridano de Corçà nace el camino que sube hasta el lado norte del monumento, ya que el sur cae a plomo sobre el pantano. El pequeño templo, de nave única y rematada en ábside cilíndrico, aparece documentado ya en el año 1162 cuando era la capilla del castillo de Sant Llorenç; de éste solo pervive una torre que vigilaba el paso montañoso y fronterizo de Mont-rebei. Los riscos de La Pertusa por los que en la Edad Media anduvieron monjes, nobles y aldeanos están hoy declarados Espacio de Interés Geológico de Cataluña y son un rincón muy valorado por los senderistas que visitan la sierra del Montsec.
Rodeado por las aguas del Atlántico cuando sube la marea, el Mont Sant-Michel parece envuelto en un halo de luz y magia. Es la etapa más destacada de la Ruta de las Abadías normandas y uno de los lugares más espectaculares de Francia, además de Patrimonio de la Humanidad por su valor paisajístico y artístico. Su origen se remonta al siglo VIII, cuando se construyó la iglesia de San Miguel, que fue ampliándose mientras se convertía en un lugar de peregrinación. Al cruzar la muralla medieval que rodea al islote y que hizo de Sant-Michel un lugar inexpugnable, se entra en la Grand Rue, la vía por la que los peregrinos del siglo XI subían hasta la abadía, hoy llena de tiendas y restaurantes. Dentro del templo destacan el coro gótico flamígero y el refectorio.
La región Norte de Holanda se convierte en un jardín primaveral cuando las franjas de colores de los tulipanes que allí se cultivan cubren kilómetros de terreno. Una buena base para visitarla es la localidad de Alkmaar, conocida por su subasta de quesos a la vieja usanza y por la antigua casa de pesaje (Waag), que hoy acoge el Museo del Queso Holandés. La ausencia de desniveles hace que la región sea idónea para las rutas en bicicleta. Mientras se pedalea entre los bulbos floridos se pasa junto a molinos y granjas centenarias –en la imagen, Burgerbrug, a 14 km de Alkmaar–. La región guarda los coquetos pueblos de Gouda y Edam, también famosos por sus quesos, el histórico Monnickendam y Volendam, una de las villas marineras más bonitas del país.
La alianza entre el mar y la tierra ha forjado en Noruega fiordos verticales en cuyas orillas se asientan pueblos de leyenda. Dicen que el Lysefjorden, «el fiordo de la luz», es uno de los más bellos. Sobre él se eleva la descomunal roca Preikestoles, conocida como el Púlpito, un balcón al abismo de sus 604 metros de altura que da la sensación de levitar sobre las aguas. La ciudad de Stavanger, con su barrio histórico de madera y un puerto lleno de tabernas, es una buena base para visitarlo. Desde allí zarpan los barcos que navegan hasta la roca; otra opción es seguir la carretera que serpentea por la costa y enlaza pueblos, cascadas y granjas medievales. De la base de la roca arranca una caminata de unas dos horas que sube hasta lo más alto del vertiginoso mirador.
La llamada Costa Jurásica del condado inglés de Dorset exhibe frente al Canal de la Mancha su excepcional belleza geológica. En una franja de 153 kilómetros reparte sus tesoros, declarados Patrimonio Natural de la Humanidad. De este a oeste se pueden visitar los acantilados anaranjados de Orcombe Point, junto al pueblo marinero de Exmouth; la playa de Durdle Door, encajada entre paredes blancas y cubiertas de hierba –en la imagen–; y los bloques calizos de Old Harry Rocks, en Handfast Point. A partir del siglo XVIII crecieron localidades balneario como Lyme Regis, frecuentada por aristócratas y artistas como la escritora Jane Austen, quien la visitaba para sus curas de reposo y por las fiestas que luego describía en sus novelas.
En el vértice oriental de la isla de Tenerife se erige el espectáculo natural de la península de Anaga. Allí la acción de los volcanes creó hace miles de años una afilada geología que acabó desplomándose por acantilados como los de Taganana –en la fotografía–. El difícil acceso ha propiciado que esta costa se haya preservado como una de las más intactas de la isla, donde el hombre solo ha podido conquistar algunas lomas con caseríos diseminados y bancales de plataneras que descienden hasta el mar. El macizo está surcado por multitud de senderos que siguen antiguas rutas de pastoreo, cruzan bosques de laurisilva y alcanzan miradores como El Bailadero, el mejor para contemplar una vista en picado sobre esta costa acantilada.
Los acantilados de Aval decoran el tramo más espectacular de la Côte d’Albâtre, el litoral color alabastro que se extiende por el norte de Normandía, entre las localidades de Le Trépot y Le Havre (130 km). Las llamadas Porte d’Aval y la Aiguille –en la imagen– se erigen junto a Étretat, uno de los pueblos con encanto que puntean esta costa. Desde él, un sendero permite contemplar la arquitectura que el viento y el mar esculpieron hace millones de años en las rocas de la región y que, en el siglo XIX, cautivaron a pintores como Claude Monet y a escritores como Victor Hugo. La carretera panorámica que recorre este litoral tiene entre sus etapas ineludibles la abadía de la Trinidad (s. VII) de Fécamp y el bonito barrio de pescadores de Dieppe.
El Yorkshire de las hermanas Brontë Toda la esencia del paisaje inglés se preserva en este condado del Este del país: mansiones de aristócratas, verdes campiñas, páramos brumosos llenos de misterio y pueblos asomados a acantilados como los de Robin Hood’s Bay, en la fotografía. Los mismos escenarios aparecen en los libros de las hermanas Brontë –Emily (Cumbres borrascosas), Charlotte (Jane Eyre) y Anne (Agnes Grey)–, hoy clásicos de la literatura. Nacidas en el siglo XIX en este condado, una ruta recorre los lugares de su vida y obra. Si la ciudad de York es la etapa inicial, su meta es el pueblo de Haworth (80 km). Allí se sitúa el hogar familiar donde las jóvenes escribían durante las largas tardes de invierno. Hoy es un museo que muestra objetos personales y la forma de vida de la época.
Relatos de La Alhambra de Irving El escritor romántico norteamericano Washington Irving (1783-1859) quedó fascinado al contemplar por vez primera la Alhambra con el marco natural de Sierra Nevada. En su viaje de 1829 por Andalucía tuvo el privilegio de vivir tres meses en el recinto nazarí mientras recopilaba datos para su libro Cuentos de la Alhambra, publicado en 1832. Esta novela, excelente compañera en la visita, entremezcla notas sobre la Granada de la época, detalles artísticos del conjunto palaciego (s. XII-XIV) y leyendas de personajes que lo habitaron. El astrólogo que con su magia derrotó a unos atacantes, las tres princesas encerradas en una torre para que no se enamoraran y el aguador que encontró un fabuloso tesoro en uno de los patios, son algunos de los protagonistas.
Transilvania y el mito de Drácula La cordillera de los Cárpatos abraza Transilvania, una región de bosques, pueblos tradicionales y castillos impregnados de leyendas, como la de Vlad Tepes (1431-1476). La historia de este sombrío príncipe rumano –apodado «el Empalador» por su crueldad, pero considerado héroe nacional por sus gestas militares– inspiró al irlandés Bram Stoker la novela Drácula (1897), llevada al cine en muchas ocasiones. El protagonista del libro es el eje de una popular ruta que se inicia en la medieval Sighisoara, donde la casa natal de Tepes acoge hoy un mesón. Siempre hacia el sur, la huella del príncipe aparece en la amurallada Brasov y en el castillo de Bran (XIV), erigido sobre un risco desde el que se vigilaba el paso fronterizo del sur de los Cárpatos.
martes, 15 de julio de 2014
Torre de defensa de la Gran Muralla En las torres de defensa se alojaba una guarnición de entre 30 y 50 hombres, que servía en turnos de cuatro meses. Los soldados vivían en la misma torre, donde guardaban sus pertrechos y alimentos. Estas construcciones eran, en realidad, pequeños castillos que podían resistir asedios prolongados.
viernes, 4 de julio de 2014
En enero de 2013 Grunewald fotografió el Tolbachik, en la península rusa de Kamchatka, un volcán donde se han descrito por vez primera diversos minerales y que forma parte del inmenso arco volcánico del Cinturón de Fuego del Pacífico, que se extiende por tres continentes y al que pertenece también el Kawah Ijen.
jueves, 3 de julio de 2014
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